9-1-1 no pretende reinventar la televisión, pero eso no le impide ser una serie tremendamente efectiva en lo que hace: entretener. Desde su primera temporada ha sabido enganchar gracias a un equilibrio muy bien medido entre dramatismo, adrenalina y personajes con los que, sorprendentemente, terminas empatizando. Y aunque sus tramas a veces parezcan sacadas de la mente de alguien que quiere batir récords de lo improbable, lo cierto es que funcionan. Y vaya si funcionan.
Cada episodio es como una montaña rusa emocional: lo mismo estás viendo un rescate imposible en un edificio en llamas que, minutos después, te meten de lleno en los conflictos familiares o personales de los protagonistas. Y es ahí donde la serie gana fuerza. Porque más allá de las catástrofes y los giros de guion, los personajes están bien construidos. No son solo “los héroes del día”, sino personas con traumas, dudas, pasados complicados y relaciones que evolucionan con el tiempo. Algunos episodios incluso logran tocarte la fibra sin que te des cuenta.
¿Es exagerada? Por supuesto. ¿Tiene momentos poco verosímiles? También. Pero ese es parte de su encanto. Lo importante es que no aburre. Se ve con gusto y, capítulo a capítulo, mantiene ese pulso constante entre la tensión del rescate y el desarrollo emocional de sus personajes. No todas las series procedimentales pueden decir lo mismo.
Si entras en su juego y aceptas su tono, 9-1-1 te recompensa con una experiencia televisiva directa, intensa y muchas veces sorprendente. No será una obra maestra, pero cumple lo que promete. Y a veces, eso es más que suficiente.