El vínculo principal es el de Frazer y Caitlin y el de ellos al interior de sus familias y con sus amigos. Por otro lado, las relaciones entre los adultos también son interesantes.
La forma en que Guadagnino coloca la cámara, encuadra sus escenas y acompaña a sus personajes es inefable y admirable. La sensación de inmersión e inmediatez es total: como ejemplo temprano, basta ver cómo la cámara sigue a Frazer recién llegado a la base. Claro que esto no excluye algunos recursos de estilo que se salen del naturalismo dominante.
Las actuaciones son admirables, los diálogos breves, los silencios abundantes, la banda sonora ecléctica y, afortunadamente, no existe ninguna voz en off.
La base es retratada como una auténtico pueblo o barrio privado enclavado en Italia, con sus rutinas y cierta placidez burocrática. Las conductas y búsquedas adolescentes (la identidad, el amor, la pérdida, el ocio, la relación con los padres) se exponen con hondura y naturalidad y con algunos rasgos sorprendentes, en el contexto de la campaña electoral de 2016 que llevaría a la presidencia a Donald Trump.
La serie presenta algunas escenas colectivas (ya las verá el espectador) verdaderamente antológicas. La mirada es absolutamente europea, profunda y delicada pero libre de mojigaterías y pudores.
En suma, We Are Who We Are, por su sensibilidad europea, por sus actuaciones, por su puesta en escena cinematográfica, por su paleta de personajes, por su naturalidad, por su fluidez narrativa, por la forma en que constantemente rompe moldes con su fresca modernidad y por tantos otros atributos es sin duda una de las grandes series del 2020, lejos del artificio, del callejón rutinario, correcto y/o pretencioso y sin salida de tantas series estadounidenses.