Me hace gracia que la crítica profesional se atreva a tachar este nuevo proyecto de Levinson como “basura al servicio de la pornografía”, o que algunos iluminados casposos de la mediática caverna occidental se lleven las manos a la cabeza por algunas escenas de sexo que, metidas con calzador en Juego de Tronos, eran alabadas y muy aceptables.
La maestría de Levinson se vuelve a mostrar aquí en todo su esplendor tras la magnífica serie Euphoria (2019), y con la película Nación Salvaje un año antes.
De acuerdo, es posible que no te guste ese estilo narrativo a lo Michael Mann, incluso aceptaría que el mundillo musical hollywoodiense no fuera de tu interés, pero lo que hace aquí el hijo de Barry es una master class de cómo debe crearse una serie en la modernidad del siglo ventipico.
Aquellos que la juzgan con tanta amargura es porque, lo siento, no han comprendido la obra en su conjunto. Aquí no hay hetero patriarcado ni banalización de la sexualidad, sino un endeble hilo conductor hacia el empoderamiento.
The Idol es una serie descarnada que muestra la auténtica crudeza del mundillo. Un contexto que quizás nos es ajeno a casi todos, pero cuyos resultados disfrutamos sin el más mínimo espíritu crítico en Spotify. ¿Acaso nadie ha ido nunca a un concierto de, digamos, Dua Lipa? Es pura sexualización del cuerpo femenino en un espectáculo de masas. Pero nos encanta. Me encanta.
Pues aquí, el maestro Levinson nos muestra la forma en que se cuece todo eso, y nos adentra en las inseguridades, en los temores, en las contradicciones, en la oscuridad, creando un universo visual y técnicamente impecable que invita a la reflexión.
Y aquel que se vea ultrajado por tener que ver cuerpos semi desnudos al servicio de una narración sólida bien ambientada, que vaya aireando su armario de naftalina.