Lo primero que hay que señalar es que es un proyecto raro, atípico, de esos que se salen por la tangente.
Quien esté familiarizado con Joaquín Reyes y sus trabajos de La hora chanante, Muchachada Nui, y Super Ñoño, Enjuto Mojamuto, o Los Klamstein se enganchara positivamente al valor que se emplea para este trabajo, en una buena trama con sátira social, humor absurdo, cameos paródicos y, una afilada visión del mundo en el que vivimos, que nos lleva a un genial septimo episodio, en el que se da un giro hacia el drama desenlace.
Es ante todo una serie pionera: no solo se da un gran paso a la animación española, a la que invita en abrazar nuevos riesgos, sino para la europea, porque no hay un programa homólogo en la oferta actual de streaming, ante el gran escaparate creciente y competitivo que hay hoy en dia.
Pero es que tampoco tiene pelos en la lengua: los guiones lo mismo atizan fuerte a los incels que denuncian la situación de pobreza absoluta del gremio de los aspirantes a intérpretes sin dejar de cachondearse de los estereotipos de género o de figuras reconocibles en el mundo entero como el mismísimo Keanu Reeves o nuestro querido Rafael.
No podemos dejar atrás tampoco el hecho de que tenga musicalidad: además de adaptaciones de canciones archiconocidas hay espacio para temas originales y momentazos chanantes. Los aficionados a la cultura pop y al cine, disfrutarán especialmente de ella.
Si el diseño de personajes corre a cargo de Joaquín Reyes, algo que se aprecia desde el primer minuto, hay que decir que también se luce en el apartado vocal donde comparte protagonismo con Ignatius Farray (Satán), Ernesto Sevilla (Mefisto), Gakian (Samael), Carlos Areces (Guy), Stephanie Magnin (Gaby) y Verónica Forqué a quien escuchamos de forma póstuma en el papel de Rose, la madre de Stan.
La animación de Rokyn Animation es competente con lo que la serie quiere hacer, igual que el diseño de personajes. Son personajes rarunos y que se pueden ver de forma paródica, pero que tampoco resultan especialmente deformes, terroríficos o, en general, cabrones. El mejor ejemplo de todo esto, del tono superficial falsamente malote para recubrir un corazón de oro dispuesto a matarnos de amor, es el gato Mefistófeles al que poner voz Ernesto Sevilla, supuesto contrapunto del ingenuo protagonista que, tras cada gruñido o gag cínico, demuestra ser más blando que la mierda de pavo.
El resultado es variable, porque la mayor parte del tiempo la disonancia entre lo que la serie dice que es (una gamberrada punki que satiriza la religión y los tics de la sociedad posmoderna actual) y lo que realmente es (una comedia amable que asume la parte más positiva de esos planteamientos posmodernos y desecha con gracia la negativa) funciona como autoparodia probablemente consciente. Pero otras uno echa de menos que metan alguna cafrada conceptual de verdad, que la serie tan cínica como los comentarios del gato alcohólico.
Pobre diablo, pues, es una serie que le hará gracia al que disfrute de parodias meta sobre la cultura POP, a los fans irredentos de los chanantes (cosa que puede incluir o no a Ignatius) y, en general, a quien disfrute de ver como se parodia a los incels o a los CEOs de grandes empresas. No es la explosión termonuclear de creatividad que parece que esperábamos del trío formado por Esteban, Reyes y Sevilla, pero eso probablemente es más culpa nuestra que de ellos, que se han limitado a hacer reír con una mezcla de burradas, referencias cinéfilas y moñez, que es lo que se les deja mejor y aquí ejecutan muy bien.