Un puñado de clichés norteamericanos es lo poco que ofrece Tell Me You Love Me. Cuatro perspectivas “diferentes” del estilo de vida medio-alto en un entorno paradigmático repleto de situaciones formularias que, en realidad, apenas avanzan después de casi 10 horas de metraje.
Jaime es una chef morenaza (por favor, basta de chefs) de ventimuchos que pretende resolver sus inseguridades tirándose a todo lo que se mueve, lo cual le lleva a una espiral de relaciones insensatas y sin perspectivas, huyendo a su vez de un compromiso platónico que ella misma ha convertido en tóxico.
Mientras tanto, Carolyn y Palek son el prototipo pijo de pareja treintañera, monísima, muy resuelta y con pelazo, que solo buscan quedarse embarazados aunque él arrastre un trauma infantil que contradice, frontalmente, esa búsqueda obsesiva de la paternidad.
Paralelamente, David y Katie son dos cuarentones espléndidos de bote, con dos hijos “maravillosos”, que llevan más de un año sin poner en práctica su intimidad. Una visión muy acertada de la clásica pareja puritana y conservadora yankee, embargada por la vergüenza y la alergia a los genitales, incluso los propios.
Y finalmente, la Dra. May Foster es la psiquiatra sesentera de cabellera platino y blusas de satén, que los atiende a todos por separado en diferentes terapias de pareja, no sin tener que cargar ella misma con su propia odisea, afrontando un matrimonio de 40 años bajo la romántica sombra de un ex novio de universidad que debía haber sido el elegido.
El ritmo es tedioso, el relato apenas avanza, y se presenta un bucle recurrente en el que los personajes no transmiten ni la más mínima empatía. Estos pobres niños ricos, empresarios, abogados, constructores, consiguen aburrir entre sollozos y reproches, mientras sus casas de 400 metros cuadrados les quedan grandes, haciendo de ello otro drama, claro.
Lo bueno es que aquí no verás a ninguna mujer tapándose con una enorme sábana al levantarse de la cama después de hacer el amor, ni a un hombre cubriéndose las partes para ir a buscar agua después de echar un polvo. La yerma creadora Cynthia Mort decidió que si iban a hablar de sexo, tenía que verse sexo. Y así es como la masturbación, la eyaculación masculina o la visión explícita del acto sexual cobran protagonismo en un ejercicio elegante de atrevimiento encomiable que rompe con los estereotipos establecidos por esa doble moral norteamericana que, por supuesto, tachó de “pornográfico” este trabajo vacuo de narración, aunque audaz y descarado en exposición. Ésta última es la única razón por la que apruebo la serie en su conjunto.