Las distopías fascistas en TV se han puesto de moda gracias, entre otras, a la espléndida serie “El Cuento de la Criada”, en la que un golpe de estado acaba con la democracia en EE.UU. y se instaura un gobierno de excepción basado en la esclavitud y la sumisión. En “El Hombre en el Castillo” todo parece deslizarse por los mismos derroteros cuando nos enteramos de que la segunda Guerra Mundial la ganaron en realidad los nazis y los japos, y que ahora ambos regímenes se han repartido el mundo conquistado en dos mitades, haciendo de ellas sendos estados de excepción, dictadura y corrupción.
Vaya, parece interesante el tema que escribió Philip K. Dick, así que ¿vamos a ver la serie, cariño? Ni se te ocurra revisar este bodrio si ya has leído el libro porque, señores y señoras, miembros y miembras, esta consecución de capítulos no solo es aburrida y confusa, sino que apenas hace uso de un mínimo ritmo narrativo para explicar los distintos argumentos paralelos que se nos van presentando. Dick explicaba la situación desde la perspectiva nipona, mostrando con gran fluidez la idiosincrasia de ambos bandos y sus caracteres beligerantes. Aquí la cosa se muestra de forma transversal, pero sin talento, sin dirección, sin mala leche. Con una realización caótica apoyada con un plantel de actores de poco calado que no consiguen aportar ni el más mínimo carisma a sus personajes. Parecen todos de cartón piedra. Sí, de acuerdo, Alexa Davalos es una preciosidad aria, pero su papel o le queda grande o se lo han escrito mal, porque la pobre parece un gorrión asustado durante toda la serie. Y en general, los demás actores son tan fríos, tan planos, tan asépticos, que apenas transmiten emociones. Aunque, en realidad no todos, porque resulta que la única figura que de verdad regala algo de personalidad y profundidad es un secundario llamado Brennan Brown, que aquí hace de anticuario.