“The Revenant” es el último trabajo de Alejandro González Iñárritu, el nuevo director favorito de Hollywood, que tras triunfar el año pasado con “Birdman” (2014), vuelve a repetir su fórmula mágica para narrar una fría historia de venganza, un épico viaje de supervivencia a través de la naturaleza más feroz y desangelada.
Es curioso que el viaje que lleva realizado el propio Iñárritu, al observar su filmografía, parezca también una historia de supervivencia. El estilo del mexicano dista mucho del que parecía tener en películas no tan lejanas en el tiempo, como es el caso de “21 Gramos” (2003), pero su alianza con Emmanuel Lubezki y el “divorcio” que sufrió al separarse de su guionista predilecto, Guillermo Arriaga, parecen haber tenido algo que ver en la transformación del director, convirtiéndose en el nuevo fetiche hollywoodense, que es lo que parecía desear ansiosamente.
El guion de “El Renacido” adapta a la gran pantalla la novela de Michael Punke, que recoge la historia popular de Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), un explorador encargado de guiar a un grupo de tramperos estadounidenses que han sido salvajemente asaltados por una tribu de indios, los “Arikara”. Para descubrir más acerca de la historia de este personaje recomiendo que visitéis este interesante artículo. Durante el camino de vuelta a casa, Glass sufre el brutal ataque de una osa grizzly, quedando malherido. Dos de sus compañeros, interpretados por Tom Hardy y Will Poulter, y su hijo, de madre india, se quedan con él, bajo la promesa de cuidarlo hasta su muerte. Previendo el inevitable final que le depara, John Fitzgerald (despreciable y soberbio Tom Hardy) decide que será mejor abandonarlo a su suerte y darlo por muerto, no sin antes asesinar al hijo mestizo de Glass, que se negaba a descuidarle. Comienza entonces una descarnada lucha por parte de DiCaprio para volver a la vida en busca de venganza.
Durante toda la película, Iñárritu parece encomendarse al espectacular trabajo de Emmanuel Lubezki, aclamado director de fotografía, para narrar una historia que podría haber sido (en ocasiones lo es, voy a ser justo) un espeluznante viaje a través de los instintos más primarios del hombre: la búsqueda de venganza, el ansia de supervivencia, el racismo intrínseco y la mezquindad del ser humano; pero que acaba quedándose en la ensangrentada piel de un guion al que, por momentos, se le ven las cicatrices. Iñárritu se empeña en engrandecer cada elemento de la historia para alcanzar la trascendencia en todo momento, y acaba olvidándose del alma de su obra, de transmitir emociones e ideas al espectador, rozando lo fútil en algunas escenas de carácter pretendidamente onírico. ¿En serio, Iñárritu? ¿Otra vez el cometa en llamas cruzando el cielo? Ojalá algún día alguien me explique qué significa eso.
Pese a lo anterior, todo aspecto técnico de la película roza la perfección, y la cámara sabe en todo momento dónde debe estar, quedando capturados, de manera imponente, los paisajes nevados y los fantasmagóricos bosques, ya sea a través de majestuosas panorámicas o de primerísimos planos que nos ilustran y nos definen a los personajes en mayor detalle. Hay que destacar aquí el excelente uso de grandes angulares y la osadía de rodar exclusivamente con luz natural, lo que dificultó, quizás en demasía, un rodaje marcado por las adversidades. Sin embargo, el resultado acaba siendo extraordinario y embaucador. Los planos secuencia, al menos en las escenas de acción, consiguen su objetivo y el grado de realismo que encontramos en la violencia explícita es atronador cuando surge de la propia madre naturaleza.
La película que parte como favorita en los esperados premios Oscar puede ser la elegida para acabar con la maldición que persigue a DiCaprio, quien, a pesar de realizar un trabajo tremendo y tortuoso (durante el rodaje mordió y masticó un corazón de buey, se comió un pescado crudo, se introdujo casi por completo en aguas heladas…) pudo y debió haber ganado el ansiado premio con mayor merecimiento mucho antes, por ejemplo por su papel en “The Wolf of Wall Street” (2013), donde también le vemos arrastrarse por el suelo y escupir por la boca.
En definitiva, pese a que las virtudes en “The Revenant” tienen un peso fundamental en la experiencia que resulta de su visionado, la mayoría de ellas conciernen al aspecto técnico y visual. Iñárritu lo sabe y no se corta en ningún momento, si no que sigue añadiendo elementos vacíos, ideales para el público impresionable, pero que comienzan a destapar sus reprochables carencias, comenzando por lo bastas que resultan sus críticas sociales y terminando por la manía de hacer las cosas de manera especial sin motivo aparente ni una explicación que las sustente. Detrás de toda esa luz natural y esos planos secuencia, bajo todo el bonito cartón piedra con el que adorna cada escena, parece no haber nada. Y cuando el truco pierda el efectismo, el estilo de Iñárritu puede desaparecer tal y como lo haría el mejor mago escapista.