Tarzán, hijo adoptivo de la selva, ha perdido la magia de su grito.
El tarzán de Johnny Weissmüller -el verdadero Tarzán de los monos- nunca imaginó ¡lo que iban a dar de sí sus historias!, ese mito criado entre animales, al igual que el Rómulo y Remo de Virgilio, con ese primitivo desenvolverse, con esa agilidad innata, con esa envidiable velocidad, más esa gesticulación atroz, pudorosa vestimenta, fuerza vigorosa y natural saltar de árbol en árbol, mientras exponía todo su salvajismo con frescura, gracia y mucha inocencia, pues era otra época; tampoco es que Chita adivinará su evolucionar en la especie, de esa simpatía, cariño y travieso comportamiento de una mascota caprichosa, al portento feroz e impactante de un soberbio animal que destila toda su fuerza, poder y valía con su sola presencia.
Mucho ha cambiado la situación desde entonces, con ese intento fallido de perfilar al personaje para que sea más gustoso y atractivo a los ojos de un público, cuya mayoría dudo sepa del primero, y de éste me temo se conforma con el montaje de una cinta malabarista de aventuras, con pésimos efectos especiales, donde, ante la injusticia ejercida por los malos, ¡el inmaculado bueno de la jungla!, salga victorioso y aplaudido.
De personaje ficticio de Edgar Rice Burroughs, para una revista, a su adaptación a una novela y de ahí, a la tele y la gran pantalla, tras descubrir Hollywood el potencial de su tesoro oculto; varias secuelas desde entonces donde, más o menos, se repite patrón con estructura de poca alternancia en su desenvolverse; ahora se busca más un blockbuster de entretenimiento ligero y pasajero, que cuidar la esencia pura de éste, diversión como objetivo principal -si es que se cumple-/secundario que el personaje cumpla con los requisitos mínimos y válidos del corazón de la gran leyenda.
Queriendo impresionar a la concurrencia se magnifica como estrategia, con ese deje ficticio de que, ante tanto correr, saltar y aparición de animales por turno cogido, se ha perdido el alma fundamental de quién era Tarzán, el rey de la selva.
Un tarzán modelo de Calvin Klein, una Jane para portada de Vanity Fair, rememoramos un poco del pasado, por esa morriña de volver a casa y ¡empieza la caza!, con intervalos de traumas pendientes y sus secuelas, y un romanticismo ñoño que ¡ni la Bella y la Bestia!
Artificial panorama, de magnífica fotografía, para un aroma encantador que ofende más que sugestiona; tan centrados están en cuidar el retrato y su atractiva imagen, que descuidan un guión que se asemeja más a un parque de atracciones de verano, donde vivir experiencias que relatar a los amigos a la vuelta, que a una continuación seria del espíritu blanco que se comunica con los animales, donde se dicen muchas palabras/se siente ninguna, sólo un vértigo saltarín, de efectos por doquier, que tampoco cautivan en su función de genial pasatiempo.
“¡Sólo necesito un nombre!”, ¿para que, si haces un uso en vano del mismo?, para ser torpemente utilizado, mejor dejemos a John Clayton III en Londres, tranquilo pues, tanta insistencia en volver a tierra congolesa ha sido un engaño, no únicamente para él, sino también para la audiencia.
El honor se está perdiendo con el paso del tiempo, y con esa vergüenza y maltrato de coger leyendas y dañarlas.
..., ¡y el rosario juega a favor del diablo!
Lo mejor; ir a google y ver un rato del tarzán de Johnny Weissmüller.
Lo peor; su poca imaginación para escribir sobre el susodicho.
Nota 5,3