En ocasiones, los rodajes son tan complicados que, sea cual sea el resultado final, el equipo ya está tan harto que no puede ver la película sin recordar lo que pasó. Esto se agrava si resulta que te sientas en la silla del director y eres responsable de todo lo que suceda en el 'set', teniendo que lidiar con actores y productores que tratan de boicotear tu visión artística.
Cuando esto sucede, el que vaya bien en taquilla o los críticos la respalden no tiene por qué influir: el director ya va a odiar la película para siempre. Y hoy en SensaCine recopilamos algunos de estos films a los que ni el hecho de ser clásicos salvan de la inquina de sus responsables. ¡Sigue leyendo!
Manhattan, de Woody Allen (1979).
El director neoyorquino no se distingue precisamente por amar cada una de sus (muchísimas) películas, insistiendo en que su auténtica obra maestra aún está por llegar. Visto el estado actual de su carrera es un pensamiento bastante poco esperanzador, pero tampoco hay que hacerle mucho caso: él piensa que Manhattan, una de sus películas clásicas, es un total fracaso, e impropia de esa etapa de su carrera encuadrada en los setenta y llena de películas que le dejaron, por lo visto, más o menos contento.