Reconozco que me sorprendió para bien. Me había negado a verla y si no es por esta nominación al Óscar a la mejor película, hubiera pasado sin ella. Pero me alegro de haberla visto anoche. ¿Qué que impresionó de ella? Pues el guion.
Hacía tiempo que no veía una película con tantos matices que, se nota, han sido creados desde el guion. Lejos de ser una cinta de guerra-acción, es una película de personajes muy bien hilada. Múltiples tramas que convergen todas y se entremezclan con una fluidez que no es fácil. Por un lado, tenía algo de esfuerzo ganado ya que todos conocían a los personajes de la precuela “Top Gun: Ídolos del aire” (Tony Scott, 1986) y no hacía falta crear secuencias para presentarlos. Eso ayuda al guionista. Pero esto, que parece a favor, se torna un castigo cuando tienes que escribir una historia ciñéndote al pasado, es decir, que trabajas menos libre. Y ahí creo que fue donde lo bordaron. El guion lo encabezan Ehren Kruger, Eric Warren Singer, Christopher McQuarrie, Peter Craig y Justin Marks; no he logrado averiguar cuál se encargó de los diálogos, pero me parecen de una brillantez remarcable. Muchas veces, la gente, que no entiende como se hace el cine, no sabe de que hay técnicos para todo. Cuando tienes un buen dialoguista te das cuenta de que los personajes son muy reales y creíbles. En esta película, pasa.
De verdad que me parece que esta secuela supera a la original en casi todo. La película iba a ser dirigida, de nuevo, por el autor de la anterior Tony Scott; pero tras su suicidio en 2012 se contrató a Joseph Kosinski, a instancias del propio Cruise al que ya había dirigido en “Oblivion” (2013). Supo mantener las virtudes de la cinta de Scott y engrandecerla con unos arcos narrativos que hace que las tramas secundarias se retuerzan y formen giros dramáticos que te mantienen pegado y metido a la trama durante todo el metraje, sin bajar, en ningún momento el ritmo. Además, saber combinar acción con emociones de los personajes, no es fácil, se lo aseguro.
Con 1.488 millones de dólares fue la segunda película más taquillera en el mundo en 2022, después de “Avatar: el sentido del agua” (James Cameron, 2022) y que más ha recaudado en la filmografía de Cruise. Sigo repitiéndome, gracias a las virtudes de elementos que funcionan: la lucha del pasado (aviones tripulados) con el futuro (aviones sin piloto), el antiguo amor de Maverick (Cruise) y Penny (Connelly) que se reactiva más fuerte que nunca, la muerte del antiguo compañero Goose y que ahora tiene que perdonar al ser su hijo uno de los elegidos para la misión, las constantes indisciplinas del teniente que nos mantienen en la lucha del poder contra el desvalido; y todo con sus dosis de melodrama. Bien mezclado y bien servido, además, con unas acrobacias de los aviones rodadas realmente con actores volando en los propios aparatos y con, como ya es sabido, Tom Cruise realizando las tomas sin dobles ni nada. A pelo. Para ponerle una nota negativa, diré que el final es el típico final norteamericano en el que se salvan todos de milagro para ser más héroes.
Para acabar quiero destacar a dos intérpretes. Me encanta Jennnifer Connelly en esta película. Es aquella niña que nos maravilló en “Érase una vez en América” de Sergio Leone (1984) que no me canso de ver. La química sensual-sexual con Maverick me da envía. Y eso es culpa de un buen guion, una buena dirección y una gran interpretación. No es fácil ser tan sutil, pero enamora. Y, por otro lado, mi adorado cinematográficamente hablando Val Kilmer que, a pesar de su cáncer de garganta, vuelve a repetir personaje treinta y seis años más viejo. Sencillamente brillante ha sido el construir al personaje de esa manera para “aprovechar” su aspecto actual e incorporarlo a la trama. Y ojo, esta película puede ser la sorpresa en las nominaciones técnicas y la canción “Hold my hand” de Lady Gaga & BloodPop le puede arrancar el Óscar a la favorita “Naatu naatu” de M.M. Keeravaani.