En un mundo tan ajetreado y ensimismado, uno va por la vida buscando siempre una salida a tanta degradación y malversación alevosa de la información. Buscamos en las escuelas e institutos, en los laboratorios y museos, buscamos en las bibliotecas, medios e internet; buscamos siempre respuestas claras a los porqués, irrefutabilidad a los hechos, cronologías esclarecedores, buscamos aquello que se entiende por antonomasia existente en su propia etimología, y paradójico en su exclamación, pero hoy parece difuso y en ocasiones imperceptible: pureza en la verdad. Sin embargo, no hasta hace poco, un espectro noble de la información y el conocimiento, bajo el enfoque atrevido y desinhibido de su carácter artístico, se empezaba ha levantar como la "nueva" forma en la que la historia ha decidido encarnar y contar sus vicisitudes y aventuras, tanto en la bastedad de sus proezas, como en la complejidad y ambigüedad de sus manifestaciones caóticas. Hoy ante nosotros, el cine occidental, bajo el estandarte de la bandera hollywoodense, y de la mano de la cosmovisión yanqui acerca del mundo, intenta sanjar un nuevo paso en esa carrera indirecta, visionaria y contemplativa de contarnos la historia, su visión de la historia. El problema -mi problema- con la gran apuesta, es esa relativa confianza que deposita en el colectivo -osea todo su potencial público- para con su poder cognitivo así como la visión y entendimiento que éste ente posee con respecto a los temas económicos yacentes en la cinta, al depositar con aquella ligereza tanta jerga parafernálica y embobante tecnicidad a todo su arco temático en cada dialogó y línea, comprometiendo la entrada con éxito en la psique de la masa, la información tocante.
Creo que la trivia que despierta el filme en la conciencia, solo al terminar de verlo, responde a la equivalencia de su propia incertidumbre; su trivialidad. En lugar de asentar sus bases en en el efecto, osea en contextualizar los sucesos técnicos e informáticos con celebridades que ya sea estén disfrutando de un vino muy fino en un jacuzzi de la suite más lujosa que tenga el hotel más ídem de la ciudad, o estén compartiendo un juego de azar con una popstar adolescente cuya imagen es la cosificación viva y sutil de la diversidad étnica en la industria de la música y el cine, o bien fileteando un pescado para el menú que se servirá en aquel restaurante de prestigio en alguna calle o avenida concurrida de NY; debieron juzgar con ese atinado y deliberado taimismo -con el que suelen hacerlo-, a la premisa fundamental de su fin, que no es otra más que su propio público.
Salir del cine después de haber visto esta película, siendo un licenciado en economía o finanzas, debe de ser algo así como ser un informático y robótico viendo Ex Machina; imagino las penurias y el desconcierto que podría generar una producción así, en un noble y honroso panadero -entendiendo que el hombre solo supiera y entendiera únicamente de su profesión-
Incluso pese a que ambas películas (La Gran Apuesta y Ex Machina) pecan de un uso, si se quiere, exacerbado e intransigente del lenguaje técnico en sus respectivas disciplinas (argumentos), ésta última cuanto menos se acuerda de nosotros delimitando y coaccionado el guion con un firme y certero uso de otros recursos argumentales, como el existencialismo y la filosofía implícitas en el tema informático, que logran llevar a buen recaudo el desarrollo de la película.
Si empecé con ese prefacio cuasi melancólico acerca de las fuentes del saber y la información, fue para poder justificar más tarde toda la subsecuente 'perorata' y su venidera conclusión.
La película en sí: La película no es torpe, la película no es aburrida, la película tampoco es cansina, no la encuentro pretenciosa ni mucho menos frívola, la película es simple y sencillamente eso, una película. Y demonios, vuelvo a mi mismo cuando escribía las primeras letras que terminarían envistiendo y finalmente dando forma a toda esta retórica opinión, y yo mismo me sorprendo al terminar con semejante sentencia esta reseña, pero sé y comprendo que a partir de aquí decir más de lo que he dicho ya, sería decir menos. No podemos adjudicarle compromiso ni deber alguno al cine para abolir las mentiras que llegan hasta nosotros como "hechos históricos", ni esperar que sea éste quien pontifíce la verdad de una manera inteligible a nuestro entender; no obstante, si esto llegase a pasar -que lo dudo- bienvenido sea.
Una película seca, irresolutible para los no entendidos, y regular como fuente de entretenimiento.