Christopher Nolan tiene una selecta carrera en Hollywood y en el mundo del cine por sus monumentales películas, con las que nos tiene acostumbrados a una fórmula perfecta.
En esta ocasión Oppenheimer se siente con una ausencia de esa genialidad de su cine. Nuevamente filmó con cámaras IMAX (Image Maxium), un formato de cine con capacidad mayor en resolución de la imagen y sonido, diferente a los sistemas de películas que estamos acostumbrados a ver.
Siendo así, que no se siente aprovechada esta tecnología a su máxima potencia, traducida en un lenguaje cinematográfico que valga la pena, ya que la historia difícilmente lo permite.
Oppenheimer es una epopeya narrativa sobre la vida de este científico que desarrolló el proyecto de la bomba atómica. Un acierto es el gran desenvolvimiento que tiene cada personaje, con un tratamiento científico, teórico y técnico que nos plasma en su totalidad la época y el tecnicismo complejo de la historia para convertirlo en un drama histórico, hilado cuidadosamente, detalle a detalle de este numeroso casting.
Cada personaje cumple perfectamente su cometido en la historia, están bien relacionados y son llevados perfectamente por la dirección de Christopher Nolan con actuaciones sobre salientes, realistas y contundentes. Tenemos a figuras históricas como Albert Einstein, Harry S. Truman y hasta el mismísimo John F. Kennedy (que sólo es mencionado).
Entonces, ¿por qué hay una ausencia de la genialidad? Si bien la historia se centra en mostrarnos estos hechos históricos, se enfoca tanto en los diálogos de los personajes que deja poco espacio para poder sobresalir en otros rublos del lenguaje cinematográfico.
Al ser un drama denso y largo, sino se presta la suficiente atención que lo exigen las tres horas o no estás apegado a la historia, podría ser algo cansado de ver.
A nivel sonoro, pensando en una bomba atómica, nos podríamos imaginar el sonido más poderoso del mundo, al menos en esa época así lo era.
Difícilmente se puede retratar esto en la película y va de la mano con sus efectos prácticos, de lo que se suele vanagloriar el aclamado director.
No es hasta dos horas después que vemos por fin la prueba de la bomba, y resulta ser que es una secuencia en cámara lenta, por lo que nos omite cualquier sonido de alguna explosión poderosa, jamás nos hace sentir esa sensación tan intimidante con la que se jugaba de poder destruir al mundo, y previamente vemos unas débiles explosiones de artefactos pequeños. Pareciera que en la publicidad era más atractiva esta idea, sin un entramado tan complejo.
Un acierto totalmente efectivo fue su música compuesta por Ludwig Göransson, que le daba a cada escena un poderoso sentimiento y sentido dramático que requería.
A nivel visual la película queda a deber, igualmente por su secuencia más importante de la detonación de esta bomba, con la que se presumía no tenía uso de efectos de imagen generados por computadora (CGI).
Quizás fue tan débil el resultado que no nos dieron más opción que ver a cámara lenta fragmentos de esa débil explosión en múltiples partes, ya que la magnitud de la detonación no podía ser más majestuosa que su acción por sí sola.
De igual modo parecía más atractivo en la publicidad las múltiples explosiones con las que se promocionaba el filme.
La película no juega con el dilema moral de hacer explotar la bomba hasta después de su detonación, misma culpa y remordimiento que recae en el protagonista instantáneamente, siendo un poco contradictorio a los objetivos que perseguía de hacer la bomba y luego inmediatamente arrepentirse.
Es muy flojo el planteamiento post explosión que sucedió en Japón, y las pocas escenas que nos muestran este trágico evento en la humanidad, son bastante débiles en imágenes del verdadero peso que tuvieron en la realidad.
El verdadero sentido del argumento gira entorno a los eventos políticos y militares que sucedieron al hecho, y nos deja poco margen de retratar algo más que inumerables conversaciones y debates en Los Álamos, haciéndolo desear más en una serie de televisión autobiográfica que en una película.