Prólogo: cuando se estrenó “The Handmaid's Tale” parecía una distopía absurda y catastrofista, incomprensible desde el punto de vista de la racionalidad y el sentido común. Años después, nos asomamos a la realidad estadounidense, y el relato expuesto ha dejado de hacernos puta gracia.
El ritmo narrativo de “The Handmaid's Tale” parece premeditadamente lento. Aquí, la construcción pausada para crear atmósfera o tensión es exasperante. Hay episodios enteros donde la trama apenas avanza, centrados en miradas intensas, primero planos absurdos, cámaras lentas innecesarias, silencios prolongados y reflexiones internas de los personajes que, aunque ocasionalmente parecen efectivos, en exceso se vuelven una prueba de nuestra paciencia.
Aunque la serie busca ser una advertencia sombría de lo que nos (les) espera a los americanos, se cae en la pornografía con demasiada asiduidad. Se abusa de la explotación gratuita del impacto y la brutalidad. La violencia y la crueldad en Gilead son innegables, pero la forma en que se presentan a veces carece de la sutileza necesaria, convirtiéndose en un espectáculo gratuito de miseria más que en un análisis profundo.
June Osborne, quien al principio era un faro de resistencia, a menudo se vuelve un personaje con el que es difícil empatizar. Sus decisiones suelen ser impulsivas e inconsistentes, su comportamiento es errático, y su obsesión con la venganza a veces le lleva por caminos cuestionables que no siempre se justifican o se exploran con la suficiente profundidad. Esta inconsistencia en el desarrollo del personaje principal hace que sea difícil seguir apoyándola incondicionalmente, y la línea entre su heroísmo y su temeridad se difumina, lo que afecta negativamente a la conexión emocional con la historia.
Mientras que “The Handmaid's Tale” ha dejado una marca innegable en el panorama televisivo, sus fallos en el ritmo, la redundancia del trauma, la explotación del impacto y la inconsistencia del guión y sus personajes, la convierten en una experiencia que, para muchos, termina siendo más frustrante que catártica. Y es una pena, porque la realidad viene pisándonos los talones, y aquí apenas hay un mensaje verosímil.