Lo cierto es que ya casi no leo libros de cine. Es así. Tengo la sensación de que entre los quince y los treinta años me leí todos los que existían: de Robin Wood a Siegfried Kracauer, de André Bazin a Adrian Martin, de gran Domènec Font al pesado de Noel Burch. Leía a lo loco, por acumulación, sin apenas criterio, una máquina de tragar y tragar textos, ya fueran ensayos, análisis, estudios y, joder, críticas, muchísimas críticas, seguramente demasiadas críticas. Recuerdo realizar toneladas de fotocopias de todo tipo de revistas de cine, nacionales e internacionales, aprovechando la generosidad de las (defectuosas) fotocopiadoras de la Universitat de Barcelona y de la Pompeu Fabra. Luego las recortaba, las archivaba por carpetas, primero en orden alfabético, luego por autor, muy nerd todo, para qué negarlo. Para cuando acabé la universidad aún me quedaban un porrón de fotocopias por catalogar, multitud de Din A 4 usufructado con apasionantes textos emborronados de Positif, Cahiers du Cinema, Film Comment, Film Ideal, Dirigido por… De hecho, aún siguen ahí, en la habitación de casa de mis padres, acumulando polvo a la espera de que un día mi madre coja valor y, con toda seguridad, las tire todas a la basura.
Sea como fuere: en algún momento me harté. Mi cerebro dejó de computar textos cinematográficos, se aburría extremadamente, volaba hacia otras cosas. Obviamente no dejé de leer –ni de acumular libros- pero ello me exigía un sobresfuerzo impúdico -¿por qué tengo que hacer cosas que no quiero hacer? (llanto natal)- y aun así me encontraba incapaz de acabarlos, quedándose patitiesos en la estantería que guardo para los libros a medio leer. Un infausto lugar dominado por metafóricas telarañas donde cohabitan un estudio sobre la crítica artística italiana (no recuerdo al autor) con el cuarto volumen de En busca del tiempo perdido, un poemario de Ángel González junto una novela corta de Stephen King en la que una chica se pierde en un bosque y luego hay un monstruo o algo o qué sé yo, etcétera.
Sirva todo este rollo auto-punitivo para presentar el primer libro de crítica cinematográfica que he sido capaz de terminarme en los últimos años: "La mirada americana. Cincuenta años de Film Comment", un compendio de los más brillantes análisis que haya dado nunca la tan denostada como infausta labor del cronista cinematográfico. El libro, que ha sido publicado por el Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, ha estado coordinado siguiendo una iniciativa propia por el crítico Manu Yáñez –mucho ojo con él, que lleva ya años demostrando que es uno de los mejores escritores/pensadores de nuestro país- , en lo que ha debido resultar una agotadora, exhaustiva y, a la postre, fructífera tarea de revisión, selección y traducción de textos y más textos de la revista americana Film Comment. El resultado es simplemente fascinante, una orgía crítica donde la inteligencia de los razonamientos se entrelaza en fusión perfecta con la belleza de los textos. Ética y estética, fondo y forma, narrativa y dramática. La crítica americana vertida en Film Comment da una patada al academicismo estructuralista y aborda las películas siguiendo el modelo pautado por François Truffaut y André Bazin sólo que adecuando sus textos hacía una lectura más nítida, más cercana.
Textos magistrales que analizan la historia del cine al completo, desde los cortos animados de la Warner Bros. –el texto de Greg Ford desglosando las correrías de Bugs Bunny & Co es todo un alucine- y el revolucionario (en todos los aspectos) cine de Dziga-Vertov a las nuevas transgresiones plásticas de David Lynch y Richard Kelly o la belleza superlativa de la obra de Hou Hsiao-hsien. Textos que llevan las firmas de los que son, probablemente, algunos de los mejores críticos que ha habido nunca: Andrew Sarris –su revisión a la política de los autores es magnífica-, David Bordwell, Jonathan Rosenbaum, Kent Jones, Manny Farber, Robin Wood, Gavin Smith… En definitiva, un libro que cumple con su cometido de descubrirnos esa mirada americana a la que hace honor el título de la obra, logrando rescribir la historia del cine a la vez que redescubre nuestra pasión cinéfila. Un libro que, sin duda, ningún crítico debería dejar de leer (y estudiar) pero del que disfrutará cualquier cinéfilo que se precie. Y es que es acabar de leer un artículo y empezar a tener ganas compulsivas de consumir películas para así poder seguir escribiendo sobre ellas.
Alejandro G.Calvo